Durante casi un siglo, sobre todo en la era industrial global, hablar de las emociones en el trabajo parecía una herejía: mostrar lo que se siente y expresarlo, prácticamente condenaba al fracaso de cualquier trabajador, sin importar el rol dentro de la organización.
En el Siglo 21, manifestar una inteligencia emocional apropiada en el trabajo, así como en la vida, son recursos valiosos que se consideran indispensables para el desenvolvimiento profesional.
Dependiendo de los ambientes, poder comunicarse apropiadamente, manifestar lo que disgusta, no caer en excesivos picos emocionales ante problemas mínimos y lograr una complementariedad con el resto del equipo son pilares fundamentales que buscan las organizaciones de todo tipo.
Las emociones que aparecen en forma de estallidos, como la ira, la queja, la frustración y el enojo recurrente, tanto desde la cúpula como en los miembros de una empresa, son altamente contaminantes y generan un desgaste basal que lleva mucho tiempo recuperar.
Es así que un apropiado manejo emocional en el ámbito laboral permite desarrollar un mejor clima interno, a la vez que facilita el flujo positivo dentro de la dinámica de tareas.
Otro aspecto significativo es que las organizaciones ya no buscan jefes manipuladores, a los que en décadas pasadas hasta se los premiaba, sino líderes capaces de inspirar y guiar dentro de la red de relaciones que conforma el capital humano.
Aquellos quiebres emocionales han llevado incluso a la ruina a muchas empresas, debido a que hace que disminuya notablemente la productividad y, por ende, los resultados.
Si ya convivimos en un mundo complejo cotidianamente, ¿por qué deberíamos soportar más tensión extrema, violencia y mal trato en el trabajo? Es bueno considerar que siempre hay excepciones: hay empresas que siguen en esa línea. Sin embargo, son muchas más las que se han animado a un cambio rotundo que les permite evolucionar en formas no traumáticas.
El padre del concepto de inteligencia emocional, Daniel Goleman, señala que «El liderazgo no tiene que ver con el control de los demás sino con el arte de persuadirles para colaborar en la construcción de un objetivo común. Y, en lo que respecta a nuestro propio mundo interior, nada hay más esencial que poder reconocer nuestros sentimientos más profundos y saber lo que tenemos que hacer para estar más satisfechos con nuestro trabajo.»