En Estados Unidos no hablamos mucho de clase y preferimos fingir que estamos más allá de ese tipo de distinciones. Sin embargo, en 2017 varias películas estadounidenses tuvieron esa conversación de manera franca e inquietante, y si pasaste la temporada de festividades poniéndote al día con los filmes que parecen destinados a los Premios Oscar, entonces visitaste lugares deslucidos y conociste a personas insatisfechas.
Esas películas han hablado de estar atrapado del lado equivocado de las fronteras (Lady Bird) o de estar atrapada en el vestuario equivocado (Yo, Tonya). Intentaron tapar su desesperanza, como si una pintura suficientemente densa o un color pastel con el brillo adecuado pudieran mantener la decepción en la lejanía (The Florida Project). Hicieron cosas creativas e incluso absurdas para que sus voces se escucharan (Tres anuncios por un crimen) o para que pudieran tener la solidez económica que parecía estar fuera de su alcance por siempre (Una vida a lo grande).
No se me ocurre una lista de competidores de la temporada de estatuillas tan políticamente pertinente como esta en ediciones anteriores; y se lo adjudico —aunque no es la palabra adecuada— a Donald Trump. Su ascenso al poder y su presidencia han puesto en evidencia muchos de los cánceres de la vida estadounidense, que ya no podemos evitar mirar, y las películas lo reflejan. Trump estará presente en los Globos de Oro y en los premios de la academia no solo como objeto de numerosas de bromas. Estará ahí como inspiración.
Sí, algunas de las películas que están siendo elogiadas ahora se concibieron o comenzaron a filmarse incluso antes de que Trump anunciara su candidatura en junio de 2015. Sin embargo, nacieron de algunos de los mismos descontentos de los que él se aprovechó y de las divisiones que exacerbó.
Los temas de la era de Trump también son los de estos filmes. Para la ansiedad racial, está la pesadilla de Déjame salir, que se lanzó a principios del año pasado, pero ha regresado al radar de los mejores filmes de 2017. Para la relación tensa entre el gobierno federal y los medios, mira Los archivos del Pentágono. Todo el dinero del mundo presenta a un plutócrata obsesionado consigo mismo cuya fijación con las riquezas marchita su alma. Su apellido es Getty, pero puede que te recuerde a alguien más.
Si juntamos estas películas, tendremos el temario de una clase sobre Estados Unidos en la actualidad. Todos los desastres y los monstruos están incluidos. Además, Hollywood, gracias al cielo, está listo para honrar algo más que las agonías y los éxtasis de su propio proceso creativo, como antes lo ha hecho en tantas ocasiones de manera vanidosa (El artista, Argo, Birdman, La La Land). La industria está mirando hacia afuera precisamente cuando es más importante hacerlo.
Parte de lo que está viendo es la carga particular con la que lidian las mujeres y lo impotentes que se sienten. Ese es el tema central de The Florida Project, donde hay madres pobres que crían a sus hijos sin la ayuda de los padres y sobreviven económicamente subyugándose sexualmente. En Tres anuncios por un crimen, el personaje de Frances McDormand, que exige justicia para su hija asesinada, no deja que la policía, el sacerdote católico ni otros patriarcas de su pequeño pueblo la ignoren ni la alejen. En Los archivos del Pentágono, la interpretación que Meryl Streep hace de Katharine Graham deja ver su fuerza para reclamar su papel como la líder que toma decisiones, a pesar de estar rodeada por una multitud de hombres insistentes y a menudo condescendientes. Es la historia de un despertar y un signo apropiado para un año en el que tantas mujeres rompieron el silencio.
Lady Bird también explora el género, pero lo que me impresiona aún más es la forma perspicaz en que aborda el tema de clase. Para que quede claro, no se trata de Lady Bird Johnson, la exprimera dama de Estados Unidos, sino de una estudiante del último año de preparatoria en Sacramento que adopta ese apodo extravagante como una manera de rebelarse contra el lugar que tiene en el mundo.
Le da a entender a una compañera, quien tiene una vida más privilegiada, que su casa está llena de lujos y le da una dirección incorrecta. Anhela asistir al tipo de universidad privada en el noroeste del país a la que supuestamente no puede inscribirse ni pagar. A cada momento le recuerdan sus límites pero ella se rehúsa a escuchar, no solo porque tiene el don de la valentía, sino porque tiene la ventaja de ser joven.
Dio la casualidad de que vi Yo, Tonya justo después de Lady Bird. Me sorprendió la preocupación que comparten ambas películas respecto de la autoconciencia, incluso la vergüenza, que a veces se ven obligados a sentir los estadounidenses que tienen problemas financieros. Yo, Tonya explora las famosas fechorías de la patinadora artística olímpica Tonya Harding y las presenta como una rebelión comprensible contra el esnobismo cruel que tuvo que enfrentar. Si rompió las reglas fue porque estaban amañadas en su contra, o eso insinúa la película, que tiene más en mente que axels triples.
Lady Bird fue escrita y dirigida por una mujer de 34 años (Greta Gerwig) y Déjame salir por un afroamericano de 38 años (Jordan Peele). Como Luz de luna, que con justa razón superó a La La Land y obtuvo el Oscar a la mejor película en la edición pasada de los premios, estos filmes son el resultado de que la línea de distribución no sea tan convencional y de que las oportunidades no sean tan limitadas. Si se diversifican los narradores, se diversifican las historias. Son más fieles a lo que es Estados Unidos, un país en donde realmente se necesita la verdad.