El contexto, Con la idea de “la unidad en la diversidad” se inauguró la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2011 cuando, sin duda, América Latina se caracterizaba por la pluralidad de sus miembros: Gobiernos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), como Venezuela y Cuba, otros también de izquierda, como Brasil, y otros más conservadores como el de México, conformaron la CELAC. Los objetivos principales de este nuevo grupo eran la concertación y constituirse en un interlocutor único con actores internacionales como la Unión Europea (UE) y la República Popular China.
Hoy, después de algunos años de un regionalismo en crisis, México se ha propuesto revivir la CELAC al asumir su presidencia pro tempore. ¿Qué perspectivas de éxito tiene esta decisión? Un poco de escepticismo se justifica si se revisa la historia del multilateralismo en América Latina.
A primera vista, pareciera como si los países latinoamericanos tuvieran un gusto especial por reunirse y crear nuevos grupos y organizaciones.
Además de la Organización de Estados Americanos (OEA), que es el esfuerzo regional más antiguo y quizá consolidado, y que incluye a Estados Unidos y desde 1990 a Canadá, los Gobiernos de América Latina han producido muchas más agrupaciones económico-comerciales y políticas, tanto durante la Guerra Fría como al fin de ella. La lista no exhaustiva de ejemplos incluye: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, creada en 1960, que se convertiría en la Asociación de Integración Latinoamericana en 1980, el Mercado Común Centroamericano (1960), la Comunidad del Caribe (1973), el Sistema Económico Latinoamericano (1975), el Grupo de Río (1986), el Mercado Común del Sur (Mercosur, 1991), el Sistema de Integración Centroamericano (1991), la Asociación de Estados Caribeños (1994), la Alianza del Pacífico (2011), la Comunidad Andina (1997), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (2004), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, 2008).
Estas y muchas otras organizaciones conviven simultáneamente, unos en “estado inactivo” (ALBA), otros en crisis (Mercosur) y, otros más, a punto de desaparecer (UNASUR).
La pregunta obvia es, ¿por qué hay tantos grupos en la región, algunos de ellos con agendas similares?, ¿de qué depende que se cree una nueva organización? Y, quizá más importante, ¿por qué el multilateralismo regional ha sido poco eficaz?, ¿por qué los esfuerzos regionales no se han consolidado? El caso paradigmático de la integración, la UE, sugiere que el regionalismo puede sobrevivir fortalecido porque se profundiza y gracias, en parte, a la creación de instituciones supranacionales. Este no ha sido el caso en América Latina.